“Solo falta López Rega”. Las más variadas interpretaciones disparó en el ámbito político e intelectual la reivindicación de la figura de Isabel Perón en boca de la vicepresidenta Victoria Villarruel, quien la visitó en España e inauguró un busto en su homenaje en el Senado.
Una de estas voces alertó sobre los límites que podrían superarse en la Argentina si continúa la revalorización de una etapa que derivó en sangre y violencia.
Para Graciela Fernández Meijide, referente de los derechos humanos y de la consolidación de la democracia en la Argentina, el discurso y las actitudes de Villarruel “están muy enganchados con los 70 y son muy antiguos”.
“Todo lo que nos pasó en los 60 y en los 70 nos pasó a todos. Todos tienen derecho a expresar su dolor y pedir una reparación si así lo creen”, dijo la recordada secretaria de la Conadep a LA NACION. Pero estimó que el presidente Javier Milei no lo considera un tema central. “De este tema, le importa nada”, observó.
Fernández Meijide explicó que la reivindicación de Isabel Perón va en línea con la idea de ratificar que los militares actuaron en sintonía con los “decretos de aniquilamiento de la guerrilla” que firmaron la viuda de Perón y, luego, el presidente interino Ítalo Luder. “El mismo Juan Domingo Perón utilizó ese término luego del ataque del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) al cuartel militar de Azul, en enero de 1974″, recordó la exdirigente del Frepaso.
Con la mirada hacia adelante, Fernández Meijide alertó: “Todo discurso de odio hace daño. No nos permite pensar, nos ata con las peores cosas y daña a los que puedan ser influenciados por ese discurso”.
El editor y exministro de Cultura Pablo Avelluto no encuentra “nada para reivindicar” en la figura de Isabel Perón. Entiende que encarna “un período trágico de nuestra historia, cargado de violencia política y crímenes provocados por organizaciones armadas de izquierda y fuerzas paramilitares impulsadas desde el Gobierno, como la tristemente célebre Triple A”.
“Una cosa es recordar que todo ocurrió durante un período constitucional, otra muy diferente es reivindicar a quien ocupó la presidencia en ese período. El golpe militar de 1976 fue la peor respuesta posible a la crisis de aquel momento y no hizo más que profundizar el baño de sangre a través de la aplicación del terrorismo de Estado”, dijo Avelluto, al ser consultado por LA NACION.
Agregó que desconoce “las intenciones de Villarruel al reivindicar a este personaje”. Y advirtió: “Al igual que otras reescrituras de nuestro pasado llevadas adelante por otros gobiernos, suelen estar más ligadas a las necesidades políticas del presente que a la discusión honesta y sincera sobre nuestra historia”.
Avelluto sostuvo que cuando los políticos traen a Isabel Perón al escenario actual, como otros en su momento trajeron a Héctor Cámpora o el propio Presidente a Carlos Menem, es un acto político. “Prefiero que la historia la hagan los historiadores y que el pasado no se convierta, una vez más, en una herramienta de las disputas contemporáneas”, resumió.
“Un homenaje excesivo”
Para la historiadora María Sáenz Quesada, autora de La primera presidente. Isabel Perón, una mujer en la tormenta, la intención de ocultar el pasado para poder reescribir la historia a gusto es una tentación recurrente en nuestro país y en el mundo. “La figura de Isabel Martínez de Perón, resulta difícil de insertar en el relato del peronismo y lo más cómodo ha sido ocultarla, ridiculizarla o cargarle todos los males a su gobierno”, expresó, en diálogo con LA NACION.
Sostuvo que Villarruel visitó a la primera presidenta y la propuso como modelo de lealtad, valores patrios y resistencia a la adversidad, pero ocultó la cara oscura del gobierno isabelino. “De eso no habla. ¿Se propone pescar en el amplio electorado peronista, tal vez a la deriva, y ansioso de volver a las 20 verdades del justicialismo ortodoxo? Quizás”, estimó.
“Esta jugada audaz que le da visibilidad a Villarruel, en el terreno de la revisión de los 70, vuelve a mostrar las fisuras de los libertarios, dirigentes con mucha historia sobre las espaldas y votantes jóvenes ajenos al tema”.
En cuanto al busto de Isabel emplazado en el Senado, lo juzgó como un homenaje excesivo, ya que como vicepresidenta presidió una sola sesión y no se ocupó de la tarea parlamentaria.
Peronismo y nacionalismo
En diálogo con LA NACION, el politólogo Marcos Novaro ubicó a la vicepresidenta en la vertiente nacionalista de la familia militar, cercana al discurso de Aldo Rico y Emilio Massera y alejada de la línea liberal.
“Seguramente, Villarruel piensa que si hoy existen tantas versiones del peronismo, otra más no puede hacer daño. Y parece convencida de que, dado lo pobre y gastado de las ofertas de esa procedencia, el carácter siempre plástico de la identidad peronista, la mala memoria de sus dirigentes y votantes y su disposición a subirse a todos los trenes de la historia que pasan cerca, llegó la hora de formar un peronismo de ultraderecha en serio”, esbozó el autor de “¿Por qué es tan difícil gobernar Argentina?”.
En esa línea, arriesgó otro interrogante: “¿Si se olvidaron de los noventa, por qué no se van a olvidar de López Rega, la Triple A y el 700% de inflación de 1975?”.
“Es la reivindicación de la ineptitud, el propio peronismo la esconde”, resumió el escritor y periodista Miguel Wiñazki. “Durante su gobierno había escasez, aconteció el Rodrigazo y lo que valía 10 pasó a valer 500.000 pesos”, recordó, en un diálogo con Radio Neura. También rememoró que “López Rega era un ser siniestro, disparatado y malévolo, autor de libros ilegibles sobre esoterismo y astrología”.
La legisladora porteña Graciela Ocaña (Confianza Pública) identificó a la viuda de Perón con la casta política. “Los que venían a recortarle a la casta se reúnen alegremente con ellos. Recordemos que Isabel Martínez de Perón cobra más de $5.356.002 todos los meses como jubilación de privilegio. Otra vergüenza del gobierno de Javier Milei”, puntualizó en la red social X, al marcar contradicciones en el mensaje de Villarruel.
Isabel Perón tiene 93 años y vive desde 1981 en Madrid. Actualmente pasa sus días recluida en un chalet de tres plantas en una urbanización serrana a 35 kilómetros de la capital española, el lugar donde recibió a Villarruel la semana pasada. Fue una de las poquísimas reuniones de tinte político que mantuvo en las últimas décadas.