La banda madrileña-alicantina afronta un gran momento en su carrera con tres conciertos seguidos en La Riviera

0
5
La banda madrileña-alicantina afronta un gran momento en su carrera con tres conciertos seguidos en La Riviera, con todo vendido.

Las cuentas, los impuestos, la logística, el personal, los ensayos. A pocas semanas de su triplete en La Riviera, Niña Polaca, (Surma, Beto, Claudia, Rubén y Kobbe), tienen poco tiempo para pensar en otra cosa. Las cajas llenas de cables e instrumentos que ocupan la mitad del salón del piso compartido de uno de ellos son un recordatorio de “la paranoia” y “el estrés” que supone organizar tres conciertos seguidos para 7.500 personas.

“Al final en la música parece que lo menos importante es la música, el resto es como una empresa“, dice Surma, vocalista de la banda y abogado, poco después de llegar pitando del trabajo. “Paradójicamente, es lo esencial, pero también lo más fácil”, añade Rubén, guitarrista. Todos coinciden en que la parte bonita, la de “preparar shows más especiales, rescatar canciones antiguas que igual no puedes tocar en un festival”, queda a veces opacada por toda esa gestión burocrática tan poco romántica.

La banda está inmersa en los preparativos de los conciertos del 11, 12 y 13 de octubre para los que cuelga el todo vendido. “Qué cute ha sido verte en La Riviera, tres copas, dos cervezas, ya me sé tu vida entera”, cantaban en una de las canciones de su primer EP, Pontiak (2018), con un sonido garage ochentero, mezcla perfecta de la grave voz de Surma y el bajo sucio de Beto, que surgió en un patio de vecinos de la calle La Palma. “Lo que sabíamos hacer en ese momento era básicamente pegarle hostias a todo”, recuerdan.

Se juntaron con Kobbe y Sandra —que salió del grupo en 2022 para centrarse en su otra banda, Ginebras— y su primer hit llegó pronto e impulsado por la pandemia, Madrid Sin Ti. Una oda a esa capital adoptiva —Surma es de Alicante, de padres polacos— capaz de acogerte y escupirte a su antojo, que forma parte de su álbum debutDe la Línea Diez al Sol (2020).

Diez años viviendo en la capital dan para mucho. Malasaña, Cascorro, Carabanchel o San Francisco el Grande son grandes protagonistas de sus letras, pero su mirada hacia la ciudad ha ido cambiando. “Últimamente la veo muy triste, muy poco cómoda, inhabitable. Se ha convertido en una especie de photocall para turistas. Un estercolero extraño donde te desarrollas e intentas sobrevivir”, opina Surma y anima a todos a ir a la manifestación por el derecho a la vivienda de este domingo 13 de octubre. ¿Ha tardado mucho en organizarse algo así? “Somos la generación tablet, nos manifestamos compartiendo cosas por historias (de Instagram) y eso no sirve de nada en realidad”, contesta Rubén.

El sonido de estos veinteañeros se fue perfilando, mejorando y nació Asumiré la muerte Mufasa (Subterfuge Records, 2021), un disco arriesgado, tan punk como meloso, tan “Pedro Sánchez no me deja ni follar” como “voy a decirle a mi madre que la quiero”, con el que pasaron de ser habituales en el circuito de salas madrileñas a convertirse en unos imprescindibles en los festivales nacionales.

Era 2022 y se llamaban a sí mismos “los Picapiedra”. “Fue el año que empezó a ir todo bien, dijimos a todo que sí y estuvimos en todos los festivales de España porque cobrábamos muy poco”, reconoce Surma. El San San en Benicassim fue el primer festival grande, “de los que te ponen una botella de agua en el camerino”, donde tocaron. En abril de 2025 volverán allí con su último trabajo, Que adoren tus huesos (2023), el primer disco que graban junto con Rubén y Claudia (teclado), —también alicantinos, hasta 2023 integrantes de Muro María—, con el que han estado girando todo el verano y presentarán este fin de semana en La Riviera.

Un disco tintes más pop-rock, fruto de haber empezado a trabajar con el productor Guille Mostaza, pero que mantiene la esencia de los comienzos. “Nuestra manera de currar en la música no ha cambiado nada”, remarca Beto. Pero lo cierto es que Niña Polaca ha dejado atrás el underground, “sea lo que sea eso”. Algo así como salir en la gala de Eurovisión, cantar con Rafa Mora en Sálvame o que su hit protagonice el polémico anuncio turístico de la Comunidad de Madrid del año pasado.

“El indie ahora es mainstream y nos permite vivir todo el año”, dice Rubén. De ahí que no parezca descabellado preguntarles: por qué tres Rivieras y no un WiZink. “Cuando vas al WiZink ya no puedes volver de él”, contesta Surma. “Porque si vuelves, parece que te va muy mal”, añade el resto. Prefieren ir sin prisa, hasta ahora les ha ido muy bien yendo despacito. “Nunca hemos tenido esta presión de querer crecer más rápido, que nos escuche mucha más gente, siempre nos ha dado un poco igual eso y ha ido bien”, apunta Beto.

Aunque saben que si tocasen en una sala muy pequeña “las entradas se acabarían al segundo y tampoco daría para pagar a todo el equipo”. Lo dicen sin soberbia, sino siendo conscientes de que han dejado de ser simples curritos, también en los grandes eventos, donde creen que han salido del rango de “bandas lowcost”. El creciente malestar con los festivales no solo es cosa del público, que se queja de aforos y precios desorbitados, sino también por parte de los trabajadores, desde músicos a técnicos y camareros, quienes cada vez más se atreven a denunciar las miserables condiciones laborales a las que se ven sometidos.

“Los festivales que son como multinacionales funcionan como multinacionales y tratan a la gente como multinacionales y ahí no puedes hacer nada. Sabes un poco a lo que vas. El trato es una puta mierda, pero exactamente igual que si eres un currito en cualquier otro sitio. Es como ir ascendiendo en la empresa. No debería ser así, pero asumes cosas porque te interesa estar en ese festival, tragas y es dejar de tragar a medida que vas subiendo”, lamenta Surma. “Lo peor del capitalismo está en los festivales“, apunta Beto.

Aun así, reflexiona el bajista,”cuando éramos los pequeñitos del cartel tampoco recuerdo que nos quejásemos, estábamos contentos de estar ahí. Igual es porque nos ha ido bien y no llevamos ahí años”. No todos son iguales, recuerda Claudia —quien no dudó en denunciar durante una actuación en directo la poca presencia de bandas femeninas en los festivales españoles— hay algunos pequeños, autogestionados, o de pueblos, donde el trato sigue siendo humano. Lo que tienen claro es que, por mucho que los festivales se hayan convertido en “un negocio horrible”, también ha propiciado una gran industria de música en directo, formada por bandas españolas.

“Me da orgullo pensar que somos parte de algo que ha conseguido montar una industria que a la gente le interesa, que paga su entrada por verte. Los propios músicos hemos conseguido que todo esto salga adelante, que la gente se interese por la música que se está haciendo en España”, asegura Surma. Para ellos, los festivales también tienen algo como de “ir a la oficina”, en el buen sentido. “Al final somos 20 o 15 grupos, siempre los mismos, que estamos girando por los festis todo el rato”.

Niña Polaca son de la cantera de bandas como Carolina Durante, Ginebras, Karavana o Cora Yako, que explotó antes de la pandemia. “Cuando empezamos había muchos grupos de guitarras, una efervescencia muy chula, una especie de burbuja, pero creo que ha muerto también un poco. Está todo huérfano”, considera Surma.

Puede que el desencanto de la banda con la industria musical sea solo producto del estrés del momento, pero hay algo también de haber dejado de lado esa romantización de los inicios y asumir la responsabilidad que supone ascender en la música. “Es heavy la diferencia de cómo el público percibe a la banda desde fuera, a como luego se experimenta desde dentro”, dice Beto. Aunque cada uno lo vive a su manera, mientras que a Rubén el feedback con el público le parece esencial, Claudia disfruta más de los momentos solitarios de composición.

“Ninguno esperábamos vivir de esto, era un poco un hobby para ligar”, se ríe Beto. Es más, dice Surma, “nunca quise ser músico, yo quiero ser abogado. Siempre he tenido la necesidad de contar mi mierda y escribirla, pero nunca pensaba que miles de personas iban a escuchar algo que escribí hace cuatro años, totalmente ciego, fumándome un porro en mi casa. No son canciones que estuvieran escritas para el exterior”.

El vocalista, sin aspiraciones de frontman, no parece tener intenciones de dejar su empleo, pero tiene la satisfacción que produce el trabajo bien hecho. “De lo que más orgulloso me siento es de cómo hemos coseguido sacar adelante un proyecto así, con todo lo que cuesta”. También de haber formado una “familia disfuncional”, con voluntad de hierro y un “máster en aguantarnos y en sobrevivir”. Creen que todo esto, el estrés, el éxito, la música, sin compartirlo entre ellos, “no tendría sentido”. Ya no sería como estar de campamento con tus amigos.