El Negro Palma, el Superman de Central, y el recuerdo de Fontanarrosa

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Quienes crecimos en los ’80 podemos jactarnos de que vimos jugar en su mejor nivel a Omar Arnaldo Palma. Ni hablar de los hinchas de Rosario Central que disfrutaron de ese equipo recién llegado del ascenso que saltó, así, directamente, al título de Primera en 1987. Dirigido por Ángel Tulio Zof, tenía además a Hernán Díaz, el Patón Bauza, el Pato Gasparini, el Pichi Escudero y el arquero Alejandro Lanari, famoso porque además era médico. Esos eran apenas alguno de los nombres de campeón que competían con el River del Bambino Veira, el Newell’s de José Yudica -primero- y Marcelo Bielsa -después-, el Independiente de Pastoriza y Bochini y los resabios del Argentinos Juniors de Claudio Borghi, Carlos Ereros, Pepe Castro y Sergio Batista.

Para tener una idea de la influencia de ese plantel rosarino, cuya figura principal era el Negro Palma, va un párrafo de Crónicas canallas, del escritor Santiago Llach. Dice sobre el año ’87: “En el país de los campeones del mundo, el primer campeón fue el recién ascendido Rosario Central, ‘el equipo de don Ángel Tulio Zof’ -como decía con un verso endecasílabo terminado en aguda una hinchada que todavía le cantaba al equipo y no a sí misma- practicó el último fulbito de la vieja escuela, guiado por dos insides lentos, tocadores, campantes: el Negro Palma y el Pato Gasparini. El 2 de mayo del ’87 nos preparábamos para salir hacia el partido consagratorio en la cancha de Temperley (Central le llevaba apenas un punto a sus segundos) (…) a ver a Palma convertir un penal anodino en un gol tan inolvidable como el que un año antes Diego le había hecho a los ingleses”.

O también: “El espíritu del Central del ’86/87, el último campeón argentino que usó el 2-3-5 -la formación original inglesa-, fóbal criollo del viejo estilo con la presencia estelar de Gasparini y Palma, insides lentos y sutiles”. O esa morocha que le rompió el corazón y a la que Llach le dedica: “Tu belleza que es como un mediocampo con Palma, Nery Domínguez, Jesús Méndez y Gasparini, que es como una delantera con Poy, Pizzi y Kempes, que es como el equipo de Central más lindo de todos, tu belleza que me iluminó para siempre”.

Otro rosarino que cayó a los encantos del Negro Palma fue el gran Roberto Fontanarrosa. En su libro No te vas, campeón: equipos memorables de fútbol argentino, dedica un capítulo a ese Central ochentoso. La primera foto de la edición original de Sudamericana (la del 2000) tiene en grande, en sepia, al gran Palma saludando a una hinchada fervorosa en medio de la vuelta olímpica. Central acaba de empatar con Temperley en el sur bonaerense. Palma se toma de las manos con un hincha; los separa el alambrado. Está en calzones, sin remera (seguramente, como ocurría entonces, ya se la han robado los hinchas que saltaron a la cancha) y con un cuerpo que no parece en nada al de los futbolistas actuales. Palma, como Bochini, o como el mismo Messi de sus inicios, o hasta Iniesta o si quieren el Pulga Rodríguez, pertenecen a esos jugadores que por su físico lo que menos parecen es ser lo que son: genios del fútbol.

La nota sobre Central que escribe el también Negro se titula Un caño de suela. En uno de sus párrafos Fontanarrosa lo define como “el jugador insignia” y lo describe “bajito, oscuro, con cara de pibe, de un trotecito algo saltarín que tal vez originó, junto con el aspecto de torso algo ancho y piernas flacas, su otro mote de ‘tordo’. Palma no transmitía, desde su figura, la realidad de un jugador temperamental y duro. Hábil, lujoso, de gran pegada, enorme movilidad (movilidad que mantuvo hasta en sus años de mayor veteranía, y se retiró cerca de los cuarenta), Omar también era un jugador calentón que no rehuía para nada el encontronazo. Malo, podía meter la pierna alta si lo buscaban y más de una vez se fue de la cancha por hablar con el referí o con los contrarios. Sin embargo, la imagen que tengo de él es la de un caño de suela que le metió no sé a quién, pellizcando apenas la pelota con la punta del botín en plena carrera para hacerlo pasar arando el piso, sobre el lateral que da a la calle Cordiviola”.

En ese mismo texto, Fontanarrosa recuerda una jugada de Palma que compara con el gol de Diego a los ingleses en el Mundial de México. Escribe: “Otra jugada parecida a esa se la ví hacer al Negro Palma, por televisión, jugando para el Veracruz en su estadio, en un partido amistoso contra el Real Madrid. Arrancó en la posición de 4 de su propio equipo, un poco más atrás de donde arrancó Diego, y se fue gambeteando españoles, dibujando una diagonal larga hacia la izquierda y terminó como 10, eludiendo al arquero para definir con el arco vacío. Le pregunté en alguna oportunidad si conservaba alguna filmación de esa jugada y me dijo que no, pero hizo la salvedad, modesto, de que los españoles estaban ahogados por el calor agobiante de México”.

Palma, nacido en Campo Largo, Chaco, el 12 de abril de 1958, fue convocado a raíz de ese gran momento con Central para integrarse al River post Alonso, que había ganado la Libertadores e Intercontinental del ’86. Tras el paso de Griguol, sucedió como técnico César Luis Menotti. River había roto el chanchito. Abel Balbo, Claudio Borghi, Carlos Enrique, Sergio Batista, Gerardo Reinoso, Julio Zamora, Daniel Passarella. Palma jugaba con esos grosos. Aquel equipo de estrellas no tuvo una buena campaña y casi todos emigraron. Palma se fue al Veracruz de México y luego volvió para retirarse en su querido Central. Jugó hasta los 40. Después se dedicó a la política desde el peronismo y tuvo algunos intentos como DT.

 

A Palma, fallecido este martes 8 de octubre por un ACV, lo despidió el mundo canalla. Fue velado en el estadio. Las muestras de dolor también partieron del mundo Newell’s. El respeto del eterno rival es un buen síntoma. Para quienes no vieron al Palma de los ’80, la mejor definición sobre quién fue la dio el presidente y exjugador del club, Gonzalo Belloso. “Omar, para nosotros, era Superman”.