La Viruta cumple 30 años y aumenta su mito entre las milongas porteñas

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“Al cierre de la noche suena ‘La cumparsita’, llueve, truene, te ofrezcan un millón de dólares, o venga el más famoso del mundo y te diga ‘poneme unos tangos más’. Si ya sonó, vos podés poner cualquier otro tipo de ritmo -rock‘n’roll, cumbia, lo que quieras-, pero tango, esa noche, no más. Ponés un tango más y es absoluta mala suerte: los que lo hicieron, se fundieron”, rememora Horacio “Pebete” Godoy con picardía. El consejo, que parafrasea, se lo dio un viejo milonguero, que llevaba años de pista, junto con un montón de otros tips y una sentencia: “las milongas no son moda, son clásicos”. Pasaron más de 30 años de esa conversación y este fin de semana (viernes y domingo) Godoy festejará junto a su socia Cecilia Troncoso los 30 años de La Viruta, la milonga que funciona en el mítico subsuelo de Armenia 1366.

Para sus festeos, este viernes 27 habrá un show de electrotango con mapping a cargo de Otros Aires, la presentación en vivo de La Mega Juan D’Arienzo (una versión extendida de 18 músicos de la habitual orquesta típica del circuito milonguero) y dos exhibiciones de baile: Jonny Carbajal con Suyai Quiroga y Vanesa Villalba junto a Facundo Piñero. El domingo sus festejos se trasladarán a la vereda y la cosa arrancará temprano. Con una clase abierta y gratuita a las 17, con Cucuza Castiello a las 18.30 y luego, ya adentro del salón, con una ronda que reunirá a los maestros de todas las épocas de la emblemática milonga.

La Viruta nació en 1994 como parte de un nuevo amanecer para el género, que se asomaba a un recambio generacional. En las pistas, La Viruta fue uno de los espacios que encarnó esa transformación: abrió sus puertas a los jóvenes, fue sede de clases y convocó multitudes. Aunque nació en el club Estrella de Maldonado, muy pronto pasó a su sede actual y jamás se mudó de allí. Cuando los compañeros se distanciaron, sostuvieron el lugar y se repartieron los días: La Viruta Tango Club, de Godoy y Troncoso por un lado, La Viruta de Solanas por el otro. “Sostener en la Argentina una pyme cultural por treinta años es casi una hazaña”, señala la bailarina. “Resiliencia y humor”, se deslizan como claves para aguantar todas las crisis económicas que vivió el país desde 1994 en adelante y sobrellevar los altibajos de la vida cultural porteña, desde el sacudón del incendio de Cromagnon hasta la pandemia.

En su momento, reconoce la dupla, fueron vanguardia. Hoy son clásicos vivos del género, bien vigentes y escuchados por los milongueros de todas las edades. La Viruta conserva algunas tradiciones de antes (“hay tangos que suenan todos los días, son parte del mobiliario, igual que las sillas y las mesas”, señala Godoy), pero también algunas propias: que después de cierta hora la entrada es gratuita, por ejemplo. Para muchos milongueros, La Viruta es la escala final de la noche y sólo termina cuando sale el sol. “Creo que con Horacio somos en parte responsables del resurgir, de haber reinstalado el tango en la noche porteña, junto al Parakultural y otras milongas que aggiornamos ese tango que se veía viejo, donde los jóvenes no tenían lugar”, reflexiona Troncoso. Circunstancias fortuitas ayudaron, como la multitud de actrices que quisieron aprender a bailar tango con la esperanza de acceder al casting de Evita, que Alan Parker filmaría en el país, recuerda también.

Pero algunas cosas sí cambiaron. Godoy destaca el hiato generacional: “Cuando yo empecé, en el ‘91, el más pendejo de los que bailaba tenía 70. Era gente que con suerte había nacido en el ‘20”, compara. Esa gente ya no está y ahora la autoridad que emanaban esos viejos milongueros recae en la generación de Pebete, que fue la que volvió al tango que sus padres habían abandonado entre finales de los ’80 y comienzos de los ’90. “Había una generación auténtica y autóctona de Buenos Aires, del ‘40, de los ‘50 también, personas que nacieron como máximo en el año ‘30, que vivieron ese tango real. Esa gente ya no está más, entonces hubo un cambio muy grande en el hábitat”, explica. Troncoso compara: “Cuando yo empecé, treinta años atrás y más, era mucho más estructurado y acartonado el ambiente. Tenía que ir con pollera y tacos, los varones iban todos de traje. Si eras joven, te mandaban al medio de la pista. Y eso se abrió, gracias al cielo, porque ahora es súper inclusivo”.

Pese a todos los cambios, ellos subsisten y celebran. “Hemos pasado un montón de crisis y, sin embargo, estamos acá. La gente se da cuenta de la propuesta real de La Viruta; cuando viene, se da cuenta de que es realmente el viejo club social donde podés conocer gente, estar en un ambiente absolutamente cálido, generar amigos. Eso es seguro aunque pasen miles y miles de personas al año, porque queremos que esto sea la casa de la gente, una familia”, coinciden Godoy y Troncoso.

 

“Yo digo que la Viruta se autorregula, porque si alguien se siente mal, tiene amigos cerca, nosotros nos acercamos enseguida, y si hay un conflicto, enseguida los habitués intervienen porque es su lugar de pertenencia”, plantea ella. Él agrega otras normas: al borracho no se le vende más alcohol, a los extranjeros se les exige que respeten las normas de la milonga. Nada de cruzarse por el medio de la pista, nada de sacar fotos ni filmar a quienes bailan. “Vienen muchos con los celulares y parece un zoológico, como si le estuvieran sacando fotos al mono”, cuenta. “Es gente abrazándose. Y lo que pasa acá adentro, queda acá adentro”.