Rusia y China ante un nuevo festival de sanciones occidentales

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La guerra en Ucrania, aun antes del ingreso de las primeras tropas rusas al territorio del Donbas, ya se desarrollaba tanto en los campos de batalla como en los escritorios de los burócratas, por lo menos desde 2014, cuando el golpe contra Viktor Yanukovich y la incorporación de Crimea a la Federación Rusa. Esta semana, al tiempo que Moscú lanzó una ofensiva en todos los frentes y amenaza con terminar con los últimos focos de resistencia ucranianos en el sudeste del país, se desató un festival de sanciones económicas.

Se trata esta vez de un nuevo paquete -el 14º- de la UE contra Rusia; de castigos en EE UU contra empresarios rusos que desarrollaron el antivirus Kaspersky, que además fue prohibido; y de Japón, contra firmas chinas que hacen negocios con Rusia. Todo esto en un contexto en que se va consolidando el grupo de países destinados a destronar a Occidente, los BRICS, que la semana pasada mostraron sus cartas en la Cumbre por la Paz que se llevó a cabo en Suiza: El documento final de apoyo a Ucrania no contó con las firmas de Rusia, China -ausentes- Brasil, India, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita, que reclamaron que el diálogo incluya a todos los actores de este drama.

Por estos días también expiró el acuerdo firmado en 1974 entre el gobierno de Richard Nixon y el entonces rey Fáisal bin Abdulaziz por el cual EE UU garantizaba la protección del reino, la venta de armas y mirar al costado con cualquier cosa que ocurriera en ese extenso territorio de Arabia Saudita a cambio de que vendieran todo el petróleo que producen -que no es poco- en dólares y con ese monto cuantioso compraran bonos del Tesoro. Tres años antes Washington había salido del rígido esquema de convertibilidad de su moneda con el oro atesorado en Fort Knox y que regía desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y en octubre de 1973 había estallado la Crisis del Petróleo, con el aumento descomunal del crudo a raíz de las sanciones de los países productores a los gobiernos que habían apoyado a Israel en la Guerra de Yom Kippur. El secretario de Estado de esa administración, el inefable Henry Kissinger, fue el artífice de esa solución creativa que sostuvo la solidez del dólar como arma tan mortífera como una bomba nuclear desde entonces y que, ahora, puede poner en riesgo la existencia del dólar como moneda de reserva y comercio internacional.

De hecho, los países BRICS vienen construyendo una red de comercio en monedas locales y con instrumentos alejados de los pergeñados en esta parte del mundo, mientras se fortalece el yuan como divisa alternativa.

Un golpe al dólar atenta contra la estabilidad de Estados Unidos y la economía mundial, pero mucho más a su capacidad de imponer sanciones contra sus enemigos. Es lo que ocurre desde que Vladimir Putin ordenó la operación contra Ucrania, el 24 de febrero de 2022, que lejos de significar un castigo provocó un desenganche de las naciones “rebeldes” de los actuales sistemas. De necesidad hicieron virtud, y no les va nada mal.

En el encuentro del G7 en Apulia, Italia, los países más industrializados de Occidente acordaron tomar los ingresos generados por los bienes rusos congelados desde entonces para comprar armamento destinado a Ucrania. Este tipo de medida alteró de tal manera los mercados financieros internacionales que quizás terminen por afectar más la credibilidad del dólar y los bancos e instituciones del «mundo libre» que el comercio del oro negro en cualquier moneda que no sea la estadounidense. «Estos fondos provienen de los intereses por los bienes congelados y va a servir para comprar munición y defensas antiaéreas y va a ir directamente a la industria militar», indica una fuente militar citada por la agencia Europapress, que agrega que el único gobierno remiso a ese procedimiento es el de Hungría.

El presidente Kim Jong Un y Vladimir Putin durante la visita del último a Corea del Norte.
Foto: STR / KCNA VIA KNS / AFP

Putin, a todo esto, removió el avispero con su viaje a Corea del Norte, donde firmó acuerdos de defensa mutua con Kim Jong-un. El documento establece que en caso de agresión contra una de las partes de este acuerdo la otra responderá de manera solidaria. El pacto, como era de esperar, repercutió de manera negativa en Occidente y la respuesta inicial es seguramente la de Japón y las autoridades de Corea del Sur pidieron explicaciones al embajador ruso en Seúl.

Beijing, por su parte, salió al cruce de las sanciones contra sus empresas y el vocero de la cancillería, Lin Jian, aseguró: «tomaremos todas las medidas necesarias para salvaguardar firmemente nuestros derechos e intereses legítimos y legales”. Se refería al derecho de China de “mantener operaciones comerciales y económicas normales con Rusia basadas en la igualdad y el beneficio mutuo”.