Inseguridad laboral: el impacto psicológico del desempleo

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El mercado laboral sufre un golpe que afecta de lleno tanto en el sector privado como en el público. De acuerdo con la Encuesta de Indicadores Laborales (EIL) que dio a conocer la Secretaría de Trabajo, alcanza con analizar comparativamente para advertir que la situación se agravó.

Con la obra pública paralizada el sector de la construcción sufre los embates de estas medidas al igual que tantos otros rubros. Mención especial merece el sector público, pues el objetivo del Presidente es achicar el Estado a la mitad y a los más de 20.000 despidos se le adicionan, de acuerdo con los anuncios, 50.000 más.

A simple vista números que deben encajar en un Excel, hacer una pausa y detenerse a pensar implica entender que cada cifra es una historia de vida con efectos colaterales. Este breve recorrido es necesario para enmarcar las problemáticas y es la base a partir de la cual desde la Psicología se pueden formular preguntas para habilitar líneas de pensamiento y de acción.

Entonces: ¿Cómo impacta el desempleo a nivel psicológico? ¿Tiene la magnitud de un proceso de duelo? ¿Y los testigos del desempleo? ¿Hay riesgo de vacío existencial?

Es innegable el impacto que tiene el desempleo en la salud mental, se puede asegurar que es una combinación de trauma social que de acuerdo con las políticas implementadas se convierte en herida que lastima a distintos colectivos en determinadas épocas.

Imaginar la posibilidad de perder una fuente de ingresos es una intimidación que acecha y pulveriza el bienestar y que reviste las características de un duelo individual pero también compartido.

Desempleo y desprotección son las dos caras de la moneda, que, lanzada al aire, opera como una amenaza social, para vos, para mí, para muchos y que impone respuestas individuales porque escasean las acciones colectivas.

Desde la Psicología se confirma que al margen de que la finalidad de un trabajo está ligada a una fuente de ingresos y a la posibilidad de sustento, es sabido que el desarrollo de una tarea remunerada proporciona bienestar social y psicológico. El trabajo confiere un estatus, conforma rutinas y hábitos, es un ordenador social e individual, en gran medida un trabajo nos estructura y ocupa una parte importante en nuestras vidas.

Al desempleo en ocasiones se lo avizora, se “lo ve venir”, en otras el final es inexorable y llega como cachetazo, “como balde de agua fría” y las consecuencias emocionales, psicológicas, las repercusiones sociales al compás de la situación de desamparo parecieran explotar y desmoronar proyectos de vida.

De esta manera, atravesar la pérdida de un trabajo implica enfrentar a una serie de poderosas repercusiones pues hay preocupación creciente, tensiones, estrés, angustia y suelen aparecer cuadros de depresión entre las consecuencias más frecuentes. La autoestima se erosiona, la autoimagen se derrumba, la identidad se reconfigura a partir de un nuevo rol: el de desempleado, con un simbolismo y una carga subjetiva lacerante.

Si bien vivimos tiempos de individualismo exacerbado, de “sálvese quien pueda” y en los discursos abunda un relato en el que el otro pareciera prescindible, quien hoy conserva su trabajo, también es “perseguido” por esta “inseguridad laboral”.

Estudios revelan que los “sobrevivientes”, aquellos que son testigos del desempleo de sus compañeros también manifiestan una alarmante deterioro en su bienestar psicológico y una disminución en el ejercicio y defensa de derechos, pues el telegrama puede ser para cualquiera, es decir que se trabaja en un estado de vulnerabilidad e incertidumbre.

Según Freud, la actividad laboral permite desarrollar la creatividad, la ambición, los sentimientos de pertenencia, confiere reconocimiento e independencia, pero para el “padre del Psicoanálisis”, el desempleo también exige un duelo; elaborar aquello que se tuvo y que ya no está, o lo que es peor no volveremos a poseer.

Quien pierde un empleo pasa por distintos estados y etapas: hay culpa, desesperanza, ausencia de objetivos, carencia de planes y proyectos, apatía, enojo, furia y hasta vergüenza; sentimientos y emociones omnipresentes que nublan la mirada, empañan el panorama y el horizonte se percibe irreversible.

Los más jóvenes experimentan estados de irritabilidad, aislamiento, automarginación, trastornos psicosomáticos, cayendo en una resignación paralizadora. Los adultos en cambio oscilan, de la incredulidad inicial pasan a estados de desorientación y temor al futuro y si bien al comienzo vivencian la situación como unas vacaciones forzadas o un tiempo para dedicarse a cuestiones pendientes, luego aparecen trastornos físicos y mentales.

Lo cierto es que hay una serie de peldaños que no siempre se superan de manera sucesiva, sino que de acuerdo con lo que se demora en recuperar un trabajo, la persona va de un escaño a otro; hay avances, retrocesos, estancamientos y caídas.

La negación, mecanismo de defensa, se manifiesta a través de frases tales como “no puede ser” o “debe haber un error”. Negar es una especie de tregua entre los pensamientos y la realidad que mitiga el primer impacto de la noticia. Luego aparece el enojo, la bronca, y cuando ya no se puede sostener la negación hay sentimientos de rabia e ira. Este combo de emociones debiera ser temporal, pasajero y disminuir ante la posibilidad de un nuevo empleo o proyecto, pero cuando no se vislumbra un futuro prometedor la sensación abruma y puede desencadenar problemas más complejos de salud mental.

Perder un trabajo, estar desempleado, taladra toda coraza protectora, genera un estado de dolor intenso, difícil de sobrellevar porque los recursos emocionales parecieran disiparse a la par de “la monedas” y el vacío existencial es tan insoportable como ver los platos vacíos en una mesa.