El 18 de junio de 1815, hace ya más de 200 años, se libró la Batalla de Waterloo, un enfrentamiento decisivo que le puso fin a las Guerras Napoleónicas y a las ambiciones de Napoleón Bonaparte. En este sangriento combate, las fuerzas británicas y prusianas derrotaron juntas al ejército de Napoleón, lo que marcó su derrota definitiva.
Un comienzo con varios errores
Las tropas francesas al mando de Napoleón habían cruzado la frontera de los Países Bajos tres días antes de la gran batalla y, con hábiles estrategias, logró separar a los ejércitos prusiano y británico, dándole la ventaja para atacar a cualquiera de los dos. Para el día 16, Napoleón planeó concentrar sus fuerzas contra las tropas británicas del Duque de Wellington en Quatre-Bras, pero viendo la vulnerable posición de los prusianos de Gebhard Blücher en Ligny, decidió cambiar de estrategia.
Así, envió un contingente menor al mando del Mariscal Michel Ney (llamado por Napoleón como «el más valiente entre todos los valientes») para enfrentar a Wellington, mientras él mismo lideraría el ataque principal contra Blücher. Ney avanzó con cautela, lo que permitió que Wellington reforzara sus tropas y se prepara para el ataque. El resultado fue un día de lucha inconclusa, en el que ambos bandos sufrieron importantes bajas: alrededor de 4.700 aliados y 4.300 franceses.
En Ligny, la batalla fue mucho más reñida. Superados en número, los prusianos lucharon con tenacidad, pero carecían de la experiencia y el temple de los veteranos franceses. Napoleón estuvo a punto de darles el golpe final cuando un malentendido en sus órdenes y la llegada de refuerzos prusianos lo obligaron a detener su avance. Esa misma noche, Blücher logró retirarse con su ejército diezmado, aunque con el ánimo intacto.
A pesar de esa victoria parcial, Napoleón perdió un tiempo valioso permitiendo la retirada prusiana. Pero ese no sería su único error: al día siguiente, envió una fuerza insuficiente para perseguir a Blücher, pero perdieron el tiempo con una serie de enfrentamientos menores con otras unidades prusianas, permitiendo que Blücher se reúna con Wellington para el enfrentamiento final. Por su parte, Wellington se posicionó en una fuerte posición defensiva con un ejército de soldados británicos, holandeses y alemanas, bien organizados y listos para enfrentar la embestida francesa en Waterloo.
Napoleón, derrotado y humillado hasta el llanto
Finalmente, el 18 de junio, había llegado el momento definitivo en la historia de Napoleón. Él lanzó varios ataques masivos mal coordinados y sin apoyo de infantería contra la infantería y la caballería británicas, que resistieron con fiereza y diezmaron a los soldados enemigos. Mientras tanto, en el flanco derecho, Blücher y su ejército prusiano se unió a la batalla y obligó a Napoleón a dividir sus fuerzas.
En un momento decisivo de la batalla, Napoleón ordenó el ataque de su Guardia Imperial, una fuerza de élite reservada sólo para momentos críticos, los cuales, a pesar de su experiencia, no pudieron hacer frente a los británicos y fueron aplastados por el fuego enemigo. Con su centro debilitado, los franceses empezaron a salir desbandados en todas direcciones perseguidos por la caballería prusiana, que siguieron provocando bajas en el bando napoleónico.
Napoleón, presenciando el desastre, intentó detener la retirada, pero sus esfuerzos fueron en vano. Su ejército estaba desmoralizado y roto, incapaz de resistir el avance aliado, y pronto, con lágrimas amargas, él mismo tendría que abandonar también a sus hombres.
Los aliados sufrieron alrededor de 15.000 bajas entre muertos y heridos, mientras que las francesas fueron todavía más considerables, ascendiendo a 25.000, incluyendo 9.000 prisioneros. La derrota en la Batalla de Waterloo significó el fin del reinado de Napoleón y de sus ambiciones de dominar Europa. Francia, derrotada y humillada, sería obligada a firmar el Tratado de París, en el que se restauraba la monarquía borbónica y se le imponían duras sanciones económicas. En cuanto a Napoleón, él abdicaría al trono por segunda vez dos días después de la batalla, para terminar exiliado en la isla de Santa Elena donde permaneció hasta su muerte en 1821.