La caída del Zar que sometió a Tucumán a los negocios de su familia y presidía las reuniones de gabinete en calzoncillos

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José Alperovich no quería que se escribiera El zar tucumano, una suerte de biografía no autorizada que retrató el caudillismo como un estilo de gobierno. Se trata de la fórmula de concentración de poder que Néstor Kirchner exportó desde Santa Cruz a todo el país y que tuvo en el gobernador de Tucumán entre 2003 y 2015 a uno de sus mejores intérpretes. Cooptación de poderes, nepotismo, control de los medios de comunicación y negocios con el Estado.

Corría 2011 y Alperovich se preparaba para ir en busca de un tercer mandato consecutivo como gobernador después de una polémica reforma constitucional. Aceptó después de meses de negociación abrir las puertas de su residencia del Parque Guillermina, casi en el límite entre San Miguel de Tucumán y el municipio de Yerba Buena, para compartir con este cronista un día de su gestión. En su casa se hacían habitualmente las reuniones de gabinete. Bajaba de su habitación del primer piso a veces dormido, en jogging y hasta en calzoncillos. Se sentaba en la cabecera con un mate que jamás giraba. Solo tomaba él. A Norma, su fiel empleada doméstica, le prometió alguna vez llevarla a la Quinta de Olivos. Alperovich soñaba con ser presidente.

El apretón de manos parecía desvanecer esa sensación de hombre duro e inaccesible. Lanzó una mirada examinadora y desconfiada. Nunca en lo que duró la jornada dio pie para abrir un diálogo. Ni siquiera en los 20 minutos que duró el trayecto en combi desde la residencia hasta la Casa de Gobierno, con una parada intermedia para bendecir la obra de un cordón cuneta en un suburbio donde mandaba un puntero amigo. Tampoco habilitó luego un intercambio por escrito, aunque autorizó a los ministros a dar su versión. Con el cara a cara, se interesó en exhibirse como un político hiperactivo, poderoso y con autoridad.

El zar tucumano tuvo su primera edición en julio de 2011 y debía presentarse en el auditorio Eugenio Virla de la Universidad Nacional de Tucumán. Un día antes de la convocatoria, el rectorado les informó a los dos autores que el salón estaba clausurado. En las librerías en las que se vendía el libro cayeron por sorpresa inspecciones de la AFIP. Hubo controles a diario hasta que los dueños de los comercios retiraron los ejemplares del mercado. La prohibición generó lógicamente mayor interés. El libro se vendía en los kioscos de diarios y revistas y en internet, con una versión PDF que fue todo un atajo vanguardista para la época. Hubo cuatro ediciones de 1000 ejemplares, la última en agosto de 2013.

Más de diez años después, El zar tucumano se coló esta semana durante los alegatos del juicio en el que Alperovich fue condenado a 16 años de prisión por abusar sexualmente de una sobrina que trabajó como secretaria privada. Fue parte de la bibliografía a la que apelaron el fiscal Sergio Abraldes y los abogados defensores de la acusadora para reforzar su teoría sobre cómo Alperovich ejercía el poder. “Es un juicio sobre la impunidad”, sentenció Abraldes al cierre de su exposición y antes de pedir la pena y prisión efectiva para el exgobernador.

Durante los 12 años de mandato de Alperovich, en Tucumán se naturalizó el poder absoluto. La división entre los poderes del sistema republicano fue una virtual línea fronteriza que se redujo a un mero formalismo. En la Legislatura, 42 de los 49 ediles eran oficialistas, mientras que tres de los cinco jueces de la Corte Suprema fueron designados por el gobernador. La “mayoría automática” avaló las contrataciones directas por parte del Estado en obras públicas y dinamitó los alcances de la fiscalía anticorrupción y del Tribunal de Cuentas. Eliminó el organismo que elegía a jueces y levantó una noche la señal del canal de TV que transmitía el programa de Jorge Lanata porque había un informe sobre su gestión.

Viajó a Punta del Este en el avión sanitario de la provincia para unas vacaciones en familia y se retrató sonriente montado a un camello en el desierto de Abu Dhabi cuando en la provincia hervía un reclamo de estatales por una mejora salarial. Llegó a la función pública con una concesionaria de autos, pero con el tiempo pasó a administrar empresas constructoras, inmobiliarias y financieras. Se amplió a compañías productoras de soja, ganado y una exportadora citrícola. Es rico. Por eso ofreció millones de dólares a su sobrina para cerrar la causa por abuso, según surgió del juicio.

La historia del feudo y el caudillo encontró esta semana un final apabullante, con el exgobernador encerrado en un calabozo de Ezeiza del pabellón donde están los más temibles abusadores sexuales.
Por Nicolás Balinotti /La Nación